Secretos para un fin de semana

miércoles, junio 20, 2007

Hay pocas cosas que me hacen más feliz que maravillarme con lo especial de lo cotidiano y encontrar un lenguaje único para expresar cada sensación. He aquí una serie de detalles que forman los secretos para un fin de semana.

Los lazos de sangre son nudos ciegos. Por eso entre familia se ve a las personas con una comprensión mas allá de los sentidos. Por eso nadie deja de quererte.
El que trazó las carreteras colombianas tenía menos pulso que quien hizo las montanas que atraviesan. Todo contribuye a un mareo ineludible que entre el dolor de cuello y el sueño que no se alcanza termina obligándote a olvidar si la derecha es la izquierda o en que sentido vas.
Las montanas están hechas de algo más que papel maché, tienen un calor que llena el aire y delimita el cielo, apretándote en un protectivo abrazo.
Consigue a alguien que sujete tu mano cuando la montaña esconda al sol y el viento llame tu nombre desde más allá del precipicio, por que en este momento tu cordura no dará abasto.
Pocas son las noches en que la luna te sonríe, sin embargo nunca puede faltar que tú le sonrías a ella.
El camino continúa y tú eres inmune siempre y cuando las ruedas rueden.
Llegas a aquel pueblito pequeñito de piedras viejas y personas rasgadas, somos huéspedes de la cultura perenne de cada rincón.
Río abajo va tu cuerpo, pero ni las rocas ni el agua son amenaza cuando tu tranquilidad está a flote.
Noches de polvo: un buen libro, una buena canción, y caíste sin sentirlo y las velas se quedaron esperando el soplido.
¡No olvidar que para el paseo del día siguiente hay que madrugar a las 11!
Levántate a caminar entre piedras; no se sabe si han sido repartidas al azar o si alguien las regó por el lugar a propósito con ánimos de decorar el paisaje con prehistoria.
Caminito de tierrita, no importa como, los pies igual rinden.
En la cueva, da lo mismo abrir que cerrar los ojos. Tus pulmones inhalan oscuridad mientras tu corazón reta a los milenios que formaron tal error.
Parece mentira salir a respirar aire del cielo, encontrarse de nuevo en la superficie de lo real, de lo terreno.
El firmamento ruge y cruje en el clímax del enfado. Amenaza con su cortina de lluvia que flamea en el viento, y gotas que juegan a ser balas perdidas.
El acercamiento a la sencillez no podía ser más impactante, por que bajo una tormenta, todos agradecemos un techo por encima de nuestras cabezas, sin importar las diferencias.
Vuelves a recordar lo fácil que era caerse, lo fácil que era reírse, y como ante un extraño no hay nada mas confortante de que un abrazo de tu mamá o agarrarse de la falda de la abuelita.
Manejando en contra del río, se pierde la cuenta de todo lo que ha caído, todo lo que va cuesta abajo y que nunca volverás a vivir.
De regreso a casa, una vez más bajo la noche, ves como las distantes luces de una que otra casita en las montañas se confunden armoniosamente con las estrellas en el firmamento.
Y piensas en lo sorpresivo que es el cielo y como se transforma cada momento. Sea azul, blanco, rojizo, claro, oscuro, estrellado, lunado, soleado, nublado, cargado, despejado, siempre es el mismo cielo, mirando de cualquier lado.