Iluminando

sábado, mayo 09, 2009

Hay varias clases de luces...

Las de switch, las de fósforos, las de amaneceres y atardeceres, las de chispa, las de colores, las de la casa, incandescentes, reveladoras, bajas, tenues, blancas, fosforescentes, titilantes, lejanas, destellos,...
Las que se prenden solas.
La lámpara del escritorio que agobia a las tres de la mañana.
Las que te obligan a parpadear o cerrar los ojos.
La que se cola atrevidamente entre las persianas mal cerradas en una mañana de domingo.
La de la luna, que la toma prestada para presumir toda la noche y causarnos una extraña envidia contemplativa; y que más que llena,
me gusta cuando sonríe.
Las estrellitas que titilan discretamente.
Otras miles que se ven desde mi ventana y que quieren parecer estrellitas de muchos colores en una noche citadina, extendiéndose hasta donde se acaban los horizontes.
Otras en las calles que nunca duermen, pero que se turnan entre rojo, amarillo y verde.
Las de la fiesta a la que no fui.
Muchas que están apagadas.
La del celular, con una llamada a la mitad de la noche.
La de la estufa que dejé prendida accidentalmente.
La de la nevera, que nunca sabemos en qué momento se apaga.
Las de los pasillos, que mi papá ubicó desde que era niña para poder desplazarme sin miedo ni tropiezos cuando me diera sed en las noches.
La de mi cuarto, que ya cuando estoy acostada, me obliga a pararme para apagarla por que el switch es al lado de la puerta.
Las dos rayitas rojas de los interruptores de luz que siempre me asustaban cuando me acostaba de pequeña, pareciéndose a un par de ojos diabólicos.
La de la sala, que se ve prendida desde la portería.
Las de los letreros, como de “salida de emergencia”, o un “entre” de neón.
Las de los botones, algunos que no se deben oprimir, otros que sí.
Las ni-sé-cuántas velitas en el ponqué.
Las que dan calor, como una fogata.
Las que alguien puede encender dentro de mí.
Las chispitas y la pólvora.
Las que obligan a usar gafas.
El brillito de los ojos.
Las que se reflejan en el agua.
El foco de una linterna que no logra encontrar su cometido.
Algunas que parecen causar más sombras de lo que en realidad logran iluminar.
Las que se me quedaron prendidas.
Otras cuantas extinguidas, y algunas que todavía espero lograr encender.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Y qué de las luces de las luciernagas? ;)




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